Las fiestas, en democracia, suelen tener estas
singularidades, mixtura de celebración y luto. Pasaron 40 años desde que 16
militantes fueron brutalmente asesinados en Trelew y la Justicia por fin golpeó
las puertas de los probables ejecutores para dilucidar la verdad. Ayer Rawson
cambió su geografía y se transformó en el epicentro de la noticia más allá de
las fronteras provinciales. Desde todo el país se observa con atención, y
expectativa, el desarrollo de lo que comenzó, que no es otra cosa que desentrañar
una parte de la historia que aun nos duele y que dejó una herida que sigue
abierta, que necesita imperiosamente este paso para cerrar o, al menos,
morigerar el dolor.
Nos golpea un poco también, o debería hacerlo, como
sociedad: tardamos cuatro décadas en propiciar este momento. Las razones pueden
ser, y lo son, variopintas pero por sobre todo se debe buscar la explicación de
ese letargo en la eficacia monstruosa que tuvo el aparato de terror del Estado,
bajo el gobierno de Lanusse con episodios como estos primero, bajo la triple A
después y con el Proceso de Reorganización Nacional más adelante. Su tremendo
golpe a nuestra vida como país no terminó con la asunción a la presidencia de
Raúl Alfonsín, sino que quedó insertado en la sociedad, en las costumbres, como
todo terror bien aplicado que se filtra hasta los huesos y nos rompe los
valores, destroza nuestros códigos y nos condiciona al miedo. Fue, quizás, en
lo único que fueron eficaces mientras hundían al país desde todos los puntos de
vistas posibles y mataban las ideas a garrotazos, a los tiros y tirándolas
desde un avión.
Es definitivamente necesario que el juicio llegue a buen
término, que se encuentre a los culpables y que se los juzgue con todo el rigor
que admite la Ley. Y no es menos necesarios que la historia que se escriba en
el mientras tanto pase a formar parte de nuestros manuales.
La Masacre de Trelew debe estudiarse para que aprendamos lo
que pasa cuando el Estado se cree Dios y decide sobre la vida y la muerte. Este
juicio a los asesinatos de 1972 en Trelew es un juicio, también, a la historia.
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