Nada se nos parece más que el fútbol de primera: un país que
corre de un lado para el otro tratando de conseguir lo que nunca obtiene
mientras, unos cuantos, le sacan provecho al esfuerzo ajeno.
Esta situación no sólo se replica en todos los deportes,
sino en otras cuestiones mucho más medulares que hacen a la República. Y
también en las otras cuestiones es necesario estar rodeado de General Paz para
probar aunque sea la miga que deambula por las tangentes del plato de la gran
torta.
Es mentira, y tampoco es necesario, que Dios atienda en
Buenos Aires. Ya es suficiente que lo haga el presidente y sus ministros, el
parlamento con sus dos cámaras, y que allí esté el Puerto más importante y el
aeropuerto internacional de mayor envergadura. La Capital Federal de la
República Argentina tiene de todo para sostenerse aun cuando no produce casi
nada (sí elevadísimos índices de burocracia, y de corrupción) pero Dios no es
una de ellas.
El puerto contra el país, una pelea que desde los tiempos de
Rosas, aunque con matices, ha cambiado poco y nada. La concentración de poder,
y la toma de decisiones se da todo el tiempo lejos de los lugares de
producción, que son los que en definitiva mantienen al país en donde está. Y
son los que además, cuando las papas queman, sufren las consecuencias. Más de
37 millones de habitantes trabajan para que menos de 3 millones tengan, a
diferencia de aquellos, el mundo a su alcance. Es doloroso y difícil de
asumirlo, pero es así.
El caso de los hidrocarburos, el oro negro de estos tiempos,
es paradigmático: entre Chubut, Mendoza, Santa Cruz y Neuquén generan el 84 por
ciento de la producción del país en petróleo y casi el 70 por ciento del gas
(Instituto Argentino del Petróleo y el Gas, valores a febrero de 2011), pero
los habitantes de estas provincias siguen padeciendo rutas maltrechas y aun
existen lugares a los que todavía debe calefaccionarse con leña, o con gas de zeppelín.
Se ve especialmente en las patagónicas que, paradójicamente, son las que más
aportan en el rubro.
Lo mismo ocurre con la energía eléctrica, en donde a lo sumo
podrá ufanarse la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de la Central Térmica Costera
o la Central Puerto, que de todos modos no funcionarán si no les llega gas y
fueloil. Necesitan que el resto del país les provea su luz, al igual que su
calor y el combustible que mueve no sólo sus autos y aviones, sino también su
exclusivo sistema de subtes (exclusivo rigurosamente dicho, porque no existen
en ningún otro lugar del país).
Es solamente un dato, pero vayan a explicárselo al minero de
Río Turbio: el hombre, rifando su salud hora tras hora, extrae de la tierra
helada el carbón que alimenta por ejemplo la Central Térmica de San Nicolás
(una de las proveedoras de energía de la gran capital) sin embargo, cuando es
víctima de alguna enfermedad o accidente complejo tendrá su vida en manos del
azar. Azar para encontrar caminos en los que la nieve y el hielo le permitan
moverse y llegar a Río Gallegos, y también para dar con un avión con la
suficiente autonomía que le permita cruzar el país hasta Buenos Aires… Es que
en el interior del país se sabe que ante una enfermedad complicada la solución
más rápida está en el aeropuerto más cercano. No es en detrimento de los
profesionales médicos que ocurre esta situación, sino en virtud de la escala de
calidad existente sobre todo desde la infraestructura: por más que se insista
con la existencia de casi 340 hospitales de alta complejidad a lo largo del
país, se sabe que la diferencia se hace en Capital Federal. No es casual que en
Hospital Ranking (www.rankinghospitales.org) 9 de los 10 mejores nosocomios de
Argentina sean de ese lugar del país, y el restante de La Plata… No, en Chaco
no hay. Ni en ningún lugar del país existe el nivel de atención del Hospital
Fernández, el Italiano, el Fleni, el Muñiz o la Fundación Favaloro. En Baires
no saben, ni imaginan, lo que es un avión sanitario, algo tan común
especialmente en las provincias alejadas.
El último dato que se tiene de la capacidad instalada en el
sistema interconectado argentino (sin incluir al patagónico) es de 26 mil MW y,
según la estadística del Ministerio de Economía de Nación a 2004 (en el rubro,
última actualización disponible en su sitio), la ciudad autónoma de Buenos
Aires consume el 10 por ciento de esa energía. Para que cada noche se prendan
las lamparitas en la calle Corrientes, con sus teatros y su glamour, la mitad
de la Argentina se engancha a ese sistema y lo provee.
En 2010 la suma de los 40 principales productos que exportó
Argentina dieron divisas en el orden de los 67 mil millones de dólares
(estadística de la Dirección Nacional de Relaciones Económica s con las
Provincias, dependiente del Ministerio de Economía de Nación). De ellos, 373
correspondieron a la ciudad autónoma de Buenos Aires (0,0005 por ciento) una
cifra casi idéntica a Chaco (372). ¿Alguien cree que Chaco y la ciudad de
Buenos Aires hayan sido tratados con igualdad alguna vez? Ni antes ni ahora.
Todos aportan y a la vuelta el presidente de turno, a dedo y
discrecionalmente en muchos casos, le devuelve a esas provincias -que costean
al país- algunas migajas en subsidios u obras que jamás son suficientes.
No se llevan los glaciares, la mayor reserva de agua del
continente, porque se les derriten en camino…
El mundo
Los países desarrollados tienen muchas diferencias entre sí
pero también algunas similitudes: la posesión de sistemas de trenes serios (aun
cuando deban subsidiarse) es una de ellas y la descentralización del poder
económico y político también. Es algo que, claro, no ocurre en estas tierras.
En la Argentina es ley no escrita que todo debe estar alrededor de los cien
barrios porteños. Y que el resto haga lo que pueda.
Una visión rápida a cualquiera de las naciones del G8,
exceptuando quizás a Rusia (que además es el invitado del grupo) muestran con
claridad las divisiones del poder político y el económico aun en aquellas cuyas
capitales son históricamente fuertes como Italia (Roma aloja al gobierno pero
la economía se mueve en Milan y todo el norte) o Reino Unido (comparación
similar con Londres y Manchester). Estados Unidos tiene como capital a
Washington pero su centro financiero está en New York, su industria automotriz
en Detroit, el aeropuerto con mayor cantidad de vuelos en Chicago y su
movimiento petrolero en Houston, al sur y lejos de todo aquello al igual que el
Puerto de Miami, el de mayor tráfico del país.
Se replica la situación en Alemania (Berlín y Munich),
Francia (París es preponderante, pero el puerto más grande está en Marsella,
los vinos son de la región de Burdeos o Borgoña y los trenes de alta velocidad
llegan a Laon, Lille, Lyon, Marsella, Rennes y Toulouse). Hasta Japón, que por
sus características geofísicas especiales justificaría una concentración en
Tokio, diversifica su poder por ejemplo con grandes puertos en Yokohama y
Nogoya. El gigante de Latinoamérica, Brasil, está en la línea de todos ellos
con San Pablo y Río de Janeiro peleándose el sitial económico, siendo que
ninguna de esas ciudades tiene el poder político, que se aloja en la moderna
Brasilia. En todos hay una ocupación más o menos distributiva del territorio,
con fuerzas en constante pugnas para estar equilibrados.
La sobras
En Argentina, en cambio, es todos para uno. Y ni siquiera en
el solaz o el esparcimiento hay visos de alguna igualdad, como es lógico que
ocurra ante tamaña desproporción: ya no se habla de hospitales al mismo nivel,
sino cuanto menos de algún partido de fútbol de primera, o la selección
argentina que bien podría recorrer el país como lo hace, por ejemplo, Brasil en
las eliminatorias… Si hasta en las obras teatrales los provincianos debemos
contentarnos con lo que sobra: la mayoría de los espectáculos que salen de gira
por el interior lo hacen sólo cuando agotaron su capacidad de recaudación en la
bendita Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y aprovechan a los ávidos espectadores
del país profundo, parafraseando a Cristina, para sacarle la última tajada a
una torta cuyos mejores pedazos ya se comieron de la General Paz para adentro.
Como ocurre con casi todo.
2 comentarios:
Después de leer la nota, me das un cuarto más de rosca y salgo a dinamitar torres de alta tensión.
Uy, ¿dije eso en voz alta?
jajajaja. gracias por el comentario. Y muy buen blog, acabo de verlo
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