domingo, 20 de noviembre de 2011

De galeses y beduinas


Ya hemos dado cuenta de las peripecias del Mimosa después de su partida del Reino Unido, su paso y posterior huída de África tras la afrenta mujaidín, el contingente de beduinas que anexaron en la retirada y la frustrada exploración de tierras aztecas. Debe aclarársele al lector que la narración está basada en una oscura bitácora que guardó celosamente el capitán Pepperrel, cuya credibilidad –y existencia también- está seriamente cuestionada pero que, sin embargo, nos permite adentrarnos un poco más en aquel histórico viaje al fin del mundo.

Fondeado en Río Hacha, el Mimosa debió aguardar que los carpinteros reparen parte de la proa, visiblemente averiada tras huir de México bajo una lluvia de flechas. Mineros de alma, un par de grupos aprovechó para internarse en la insondable geografía tropical en ese paso fronterizo entre Colombia y Venezuela, buscando desafíos. Los oriundos de Mountain Ash lo hicieron con dirección noroeste y los de Aberdar hacia el suroeste mientras que los de Liverpool, algunos de ellos conocedores del oficio de la madera, se afanaron en la tarea de poner a punto la embarcación para reemprender el viaje en búsqueda del Chupat.
Bajo la excusa de que, por ser el capitán, estaba obligado a ser el último en abandonar la nave, George Pepperrel desechó la idea de encabezar una tercera columna con los de Rhosllanerchrugog, aunque algunos colonos revelaron años después que en realidad su decisión estuvo ligada a unas botellas de escocés que traía consigo, sin declarar, con el objetivo de canjearlo en el paso por Buenos Aires.
El grupo de Mountain Ash, bajo el comando del notable zaguero Aaron Jenkings, volvió al cabo de unos días sin mayores novedades, salvo por una escaramuza con una fulera formación en la zona de Valledupar; mientras que los de Aberdar no tuvieron la misma suerte, pues allende la zona de Manaure se vieron emboscados por un grupo hostil de la Guajira que los sitió cerca de Maicao.
Al cabo de unos días, ya bajo la desesperación por la disminución drástica de las provisiones, James Benjamín Rees, en rigor el único de Ffestiniog que conformaba la avanzada, tomó una decisión cuasi temeraria y plantó un desafío futbolero a todo o nada con los salvajes. Para ello propuso trocar la libertad del grupo a cambio del Mimosa, si es que el juego, y sobre todo el resultado, se terminaba saldando con guarismos adversos.
El pleito se desarrolló en una explanada de Magdalena y, según un relato del wing izquierdo Gwenllian Matthews que llega hasta nuestros días, fue más bien parejo. Los guajiros resultaron rústicos en el manejo del balompié, cuyas reglas básicas apenas si las descubrieron antes del match mismo, pero su bravura, y su marca implacable, impidió que el team galés desplegara su esgrima, ya desarrollada después de tantos pleitos dirimidos en el viaje.
Un preciso tiro libre a puerta ejecutado desde unos 45 metros por Evan Jones, que pegó en el larguero y se coló en un ángulo cuando el partido expiraba, puesta del sol mediante, les dio la victoria a los colonos. Los aborígenes, consternados, cumplieron su palabra y los dejaron marchar, no sin antes despojarlos de todas sus pertenencias acaso como forma de venganza por la afrenta futbolera.
La historia oficial no reconoce el hito, pero la precisión de Jones, al fin y al cabo, salvó del fracaso a la epopeya galesa de colonizar la Patagonia argentina.
De vuelta en el Mimosa se produjo una discusión con las damas, que celaban a las beduinas, seductoras, rescatadas en el norte africano. Hubo, dicen, un ultimátum rotundo, bravo, respecto a esta presencia singular y así fue como las terminaron desembarcando por la zona de Belén, costa del norte de Brasil, y dicen que de su mezcla con los nativos es que salen las mujeres más bellas de aquel país hoy, con esa exuberancia tan particular que las hace irresistibles.
Una versión menos creíble narra la historia de otra manera. Allí se afirma que fueron las beduinas quienes, en realidad, presentaron un ultimátum crudo para que Pepperrel las libere en el puerto más cercano pues se negaban a cumplir con las penitencias que les imponía el reverendo Abraham Matthews cuando las sorprendía ligeras de atuendos, despojadas de sus habituales vestimentas.
Aún hoy se discute sobre la veracidad de estos escritos que han llegado hasta nuestros días. Si hubo o no beduinas en el Mimosa sigue siendo una incógnita pues, claro, ninguna de ellas llegó a Buenos Aires, ni mucho menos al Chupat.

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