Ya hemos dado cuenta de las peripecias del Mimosa después de
su partida del Reino Unido, su paso y posterior huída de África tras la afrenta
mujaidín, el contingente de beduinas que anexaron en la retirada y la frustrada
exploración de tierras aztecas. Debe aclarársele al lector que la narración
está basada en una oscura bitácora que guardó celosamente el capitán Pepperrel,
cuya credibilidad –y existencia también- está seriamente cuestionada pero que,
sin embargo, nos permite adentrarnos un poco más en aquel histórico viaje al
fin del mundo.
Fondeado en Río Hacha, el Mimosa debió aguardar que los
carpinteros reparen parte de la proa, visiblemente averiada tras huir de México
bajo una lluvia de flechas. Mineros de alma, un par de grupos aprovechó para
internarse en la insondable geografía tropical en ese paso fronterizo entre
Colombia y Venezuela, buscando desafíos. Los oriundos de Mountain Ash lo
hicieron con dirección noroeste y los de Aberdar hacia el suroeste mientras que
los de Liverpool, algunos de ellos conocedores del oficio de la madera, se
afanaron en la tarea de poner a punto la embarcación para reemprender el viaje
en búsqueda del Chupat.
Bajo la excusa de que, por ser el capitán, estaba obligado a
ser el último en abandonar la nave, George Pepperrel desechó la idea de
encabezar una tercera columna con los de Rhosllanerchrugog, aunque algunos
colonos revelaron años después que en realidad su decisión estuvo ligada a unas
botellas de escocés que traía consigo, sin declarar, con el objetivo de
canjearlo en el paso por Buenos Aires.
El grupo de Mountain Ash, bajo el comando del notable
zaguero Aaron Jenkings, volvió al cabo de unos días sin mayores novedades,
salvo por una escaramuza con una fulera formación en la zona de Valledupar;
mientras que los de Aberdar no tuvieron la misma suerte, pues allende la zona
de Manaure se vieron emboscados por un grupo hostil de la Guajira que los sitió
cerca de Maicao.
Al cabo de unos días, ya bajo la desesperación por la
disminución drástica de las provisiones, James Benjamín Rees, en rigor el único
de Ffestiniog que conformaba la avanzada, tomó una decisión cuasi temeraria y
plantó un desafío futbolero a todo o nada con los salvajes. Para ello propuso trocar
la libertad del grupo a cambio del Mimosa, si es que el juego, y sobre todo el
resultado, se terminaba saldando con guarismos adversos.
El pleito se desarrolló en una explanada de Magdalena y,
según un relato del wing izquierdo Gwenllian Matthews que llega hasta nuestros
días, fue más bien parejo. Los guajiros resultaron rústicos en el manejo del
balompié, cuyas reglas básicas apenas si las descubrieron antes del match
mismo, pero su bravura, y su marca implacable, impidió que el team galés
desplegara su esgrima, ya desarrollada después de tantos pleitos dirimidos en
el viaje.
Un preciso tiro libre a puerta ejecutado desde unos 45
metros por Evan Jones, que pegó en el larguero y se coló en un ángulo cuando el
partido expiraba, puesta del sol mediante, les dio la victoria a los colonos.
Los aborígenes, consternados, cumplieron su palabra y los dejaron marchar, no
sin antes despojarlos de todas sus pertenencias acaso como forma de venganza
por la afrenta futbolera.
La historia oficial no reconoce el hito, pero la precisión
de Jones, al fin y al cabo, salvó del fracaso a la epopeya galesa de colonizar
la Patagonia argentina.
De vuelta en el Mimosa se produjo una discusión con las
damas, que celaban a las beduinas, seductoras, rescatadas en el norte africano.
Hubo, dicen, un ultimátum rotundo, bravo, respecto a esta presencia singular y
así fue como las terminaron desembarcando por la zona de Belén, costa del norte
de Brasil, y dicen que de su mezcla con los nativos es que salen las mujeres
más bellas de aquel país hoy, con esa exuberancia tan particular que las hace
irresistibles.
Una versión menos creíble narra la historia de otra manera.
Allí se afirma que fueron las beduinas quienes, en realidad, presentaron un
ultimátum crudo para que Pepperrel las libere en el puerto más cercano pues se
negaban a cumplir con las penitencias que les imponía el reverendo Abraham
Matthews cuando las sorprendía ligeras de atuendos, despojadas de sus
habituales vestimentas.
Aún hoy se discute sobre la veracidad de estos escritos que
han llegado hasta nuestros días. Si hubo o no beduinas en el Mimosa sigue
siendo una incógnita pues, claro, ninguna de ellas llegó a Buenos Aires, ni
mucho menos al Chupat.
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