Breve pero necesaria introducción, especialmente para
quienes desconocen Chubut y su historia, pues ayudará a entender mejor la
narración. Este cuento forma parte de mi libro “Historia de futbolistas
audaces, de leyenda y del olvido” que no es otra cosa que una serie de relatos,
ficción pura, en rededor a éste deporte pero con asiento, sobre todo, en la
geografía patagónica y especialmente chubutense.
Se mezclan allí personajes ficticios con reales, pero todos
los lugares mencionados existen, aun cuando sus denominaciones puedan parecer
increíbles (Cajón de Ginebra Chico y Cajón de Ginebra Grande, por ejemplo).
El noroeste de Chubut fue colonizado por galeses, que
llegaron a las costas de Puerto Madryn en 1865 y de allí se trasladaron al río
que por entonces llamaban Chupat, unos 60 km al sur. No combatieron con los
pueblos originarios sino que trabaron amistad con ellos. Con el tiempo, coraje
reunido de por medio, se aventuraron aquí y allá en expediciones al oeste de la
provincia. En una de ellas se dio la historia, verídica, que inmortalizó al
caballo Malacara, que dio la vida para salvar a los expedicionarios y de quien
incluso hay un monumento en Trevelin, que antes fue Colonia 16 de octubre. Lo
hago notar porque encontrarán una referencia a esto en el relato.
Debe aclararse, por último, que aun con lo descripto lo que
hay aquí es un cuento, con tono de humor, en donde abunda la ficción, pero
sobre todo el respeto a esos bravos galeses, de los que el autor desciende, y
también de quienes no lo eran pero hicieron de este lugar del mundo lo que hoy
es. Dicha la intención esta es, pues, la propuesta…
Envalentonado por el supuesto éxito de Julio Argentino Roca
en la conquista del desierto, el Coronel Apolinario Negrete toma la decisión de
emprender, en 1885, su propia campaña para civilizar a los aborígenes
chubutenses.
Anoticiado de eventos rotundos en el extremo oeste de la
región, con malones ladinos haciendo daños en incursiones variopintas, cree que
el destino le impone evitar estos
episodios y, según consta en su diario, se resigna con un “no puedo esquivar el
bulto” categórico.
Espoleado por su sentimiento del deber, ya el 28 de julio de
ese año ocupa en Rawson un viejo galeón que había sido abandonado por un
bucanero español y llama a su equipo para comenzar los entrenamientos.
A todo esto, en el occidente de la provincia los hielos
cortantes no impiden que una oleada de araucanos feroces cruce la cordillera,
con fines de tunda, para saquear los poblados incipientes que le dan inicio a
la historia. Las crónicas que llegan a la costa son preocupantes.
El pastor Thomas Jones, galés hasta la médula, se encarga de
la preparación física del equipo, aunque los arqueros entrenan en forma
diferenciada sometiéndose a los puntinazos furibundos del propio Coronel,
conocido en la vastedad de la Patagonia por su formidable pegada, pura
potencia.
Mientras defensores, volantes y delanteros toman forma, el
Coronel reparte su tiempo entre agotadores días de preparación con sus cuida-palos
y noches de desvelo en las que diagrama una serie de retos audaces para dar
cuenta de aquellos violentos nativos. Su esposa Maura, acostumbrada a las
empresas quijotescas que cada tanto emprende su amado, sobre todo después de
leer a Cervantes, ni siquiera chista cuando se entera la buena nueva y como
toda respuesta se manda a mudar a la zona de Patagones con su tía Roberta.
Liberado de lazos conyugales, Apolinario Negrete se presenta
en la delegación del gobierno a pedir auxilio económico para la patriada puesto
que desconoce los gastos que le demandará remontar el río Chubut, inexplorado
en aquellos años y, explica también, “vamos en representación de toda la
colonia” (argumento que aún hoy sigue justificando viajes).
El galeón debe ser reparado a nuevo. A falta de carpinteros,
una cuadrilla de alambradores deviene en improvisados astilleros iniciando un
trabajo titánico que va desde la puesta a punto del timón hasta la confección
de las velas.
Julio Argentino Roca, que ya está en los últimos dos años de
su primera presidencia, cree ver en el Coronel Apolinario Negrete a un seguidor
de sus andanzas y dispone que se manden a buscar a la Gran Bretaña diez pelotas
de fútbol de última generación.
Instalado en Puerto Madryn, 60 kilómetros al norte de
Rawson, Lindor Vedacarraz recibe el llamado urgente de Negrete a mediados de
agosto de aquel año. El sempiterno capitán de todos los equipos que había
dirigido el Coronel es citado para la nueva aventura, que rápido supone
temeraria, pero fiel como es acepta el convite y se une a la formación que ya
encara una suerte de pretemporada.
En noviembre se informa desde el astillero que el timón es
irreparable y hay que construir uno nuevo: demandará tres meses de trabajo.
El Coronel no se amilana. Diagrama una concentración
insólita en la costa atlántica para lo cual idea una suerte de regimiento
precario por la zona que hoy se conoce como Playa Magagna, levemente al sur de
Rawson sobre la costa. No pide permiso al gobierno y directamente usurpa esas
tierras para instalar sus tiendas de campaña, que hoy serían de
pretemporada, lo que explica los
problemas que surgirán más adelante.
“Ni comida ni bebida, nos alimentará el mar y la lluvia
saciará nuestra sed” le dice a Lindor Vedacarraz. A los dos meses una
delegación del gobierno salva a toda la formación: los va a sacar de esas
tierras que no eran suyas y los encuentra raquíticos, famélicos y con una sed
atroz. Los jugadores de Apolinario Negrete resultan ser malos pescadores y
peores pulperos. La sequía de aquel año hace el resto.
Las pelotas inglesas tardan en llegar, pero en mayo una
pomposa delegación de 300 hombres enviados por Roca se las entrega al Coronel,
fastuoso acto de por medio.
Negrete se entusiasma con los refuerzos enviados por el
presidente, pero cuando la suntuosa
ceremonia finaliza, todos se vuelven. El coronel pregunta y el teniente primero
Dionisio Cutrufelo, a cargo de la delegación presidencial, explica con gesto
pétreo: “Sólo vinimos a traer el cargamento. Teníamos que ser diez, pero el
resto aprovechó los viáticos”.
Recuperado el peso los jugadores llevan ya, por entonces,
varios meses de entrenamiento áspero con el Pastor Thomas.
Las últimas noticias dan cuenta de hordas de salvajes que,
bajando de la cordillera, saquean todo a su paso sin miramientos. Incluso la
fanaticada que los sigue, se entera Negrete, le roba los trapos a la hinchada
del Team que forma la iglesia de la población que, después, fue Colonia 16 de
Octubre y más tarde Trevelin, en el oeste chubutense.
El Coronel duda y los jugadores se ponen impacientes. Son
horas cruciales.
Por fin, el 28 de julio de 1886, un año después de idear la
empresa y unos cien años antes del gol de Maradona a Inglaterra, Apolinario
Negrete sella el asunto con la frase histórica: “Nos vamos mañana”.
Error de cálculo
La helada madrugada del 29 de Julio el galeón parte de
Puerto Rawson internándose en las sinuosidades del Río Chubut. Lo hace con una
tripulación compuesta por, a saber: el Coronel Apolinario Negrete, Lindor
Vedacarraz, el pastor Thomas, 14 entrenados jugadores y un antiguo poblador de
la zona, Neponuseno Guarteche, que se gana el lugar en la empresa aduciendo
conocer el manejo de la embarcación y haber llegado, en distintas expediciones,
hasta la zona en dónde hoy está el paraje llamada Boca Toma, pocos quilómetros
al oeste de Rawson.
Antes de zarpar, la tripulación se enfrasca en una ríspida
discusión para ponerle nombre a la embarcación. En principio se iba a denominar
Gol en Contra, propuesto por Vedacarraz, pero los jugadores pugnan por “wi ar
de champion” (nosotros somos los campeones, en un inglés telúrico). Dos horas
dura el debate hasta que el Coronel sella el asunto: “los barcos tienen nombres
de mujeres” espeta y, sin votación alguna, lo llama “Maura Volvé”. Parten.
El primero en sospechar es Guarteche. Aun con el crepúsculo
en ciernes, divisa unas dunas que le parecen extrañas y da cuenta del error: en
la penumbra de la madrugada el Maura Volvé había tomado aguas abajo y ahora navega
frente a unas playas, en el océano atlántico. Con un “le erramos al vizcachazo”
doloroso se lo comunica al Coronel. El contratiempo demora la empresa y,
además, obliga a soportar estoicamente las burlas de los habitantes de Puerto
Rawson cuando los ven pasar río arriba, varias horas después.
El viaje se hace extenso porque tres veces al día el Coronel
detiene la embarcación y obliga a los jugadores a bajar a tierra para emprender
ásperos entrenamientos con el fin de mantener la forma. “Se termina cuando
agarran algún guanaco” dice para animar
a sus hombres y, además, aprovisionar a la expedición.
Aguas arriba de Dolavon, en rigor y por la época el último
bastión civilizado antes de internarse en zona de salvajes, el galeón ya no
puede navegar. Con los deshielos aun lejanos, el río no tiene caudal suficiente
y hay que seguir a pie. El humor de la embarcación, ya volátil porque Negrete
solo impone entrenamientos sin pelota, comienza a cambiar.
La marcha se hace lenta porque nadie lleva brújula y solo el
sol y las estrellas marcan el camino. En los días nublados, se complica.
En septiembre cruzan la zona conocida como Los Altares. Allí
dan con un poblador que escapaba de la cordillera y aprovechan para dar cuenta
de las últimas noticias, preocupantes según anota Vedacarraz en la bitácora
que, pese al abandono del galeón, lleva consigo.
“Los indígenas azotan la cordillera” anota. “Imponen
violencia a puntinazo limpio porque, según nos dice el escapado, son de
arreglar el asunto a las patadas. Hay temor en la tripulación y, por lo bajo,
intuyo que no quieren continuar la empresa. La juzgan temeraria” dice la
bitácora del 21 de ese mes.
Días después Apolinario Negrete decide permitir a los
jugadores la ingesta de alcohol, para descomprimir la tensión, y les regala
unas ginebras que había subido al barco sin ser visto.
Los jugadores se emborrachan hasta la médula y, en la
alegría de la tranca suceden dos hechos históricos: se envalentona para seguir
adelante y hacer frente a los araucanos temibles y abandonan el cajón de
ginebra grande por la zona que hoy se denomina, precisamente, Cajón de Ginebra Grande.
“El Coronel evalúa la situación y decide enviar un
adelantado con la esperanza de divisar al rival en ciernes” se lee en la
bitácora del Maura Volvé del 15 de octubre.
Lindor Vedacarraz, tras recibir instrucciones precisas,
parte con rumbo oeste esa mañana.
Pasan los días y nada se sabe de él. El pastor Thomas le
comunica a Negrete que los jugadores están impacientes, hartos de comer
guanaco, y se habla de motín. Éste decide quemar los últimos cartuchos y les
regala un paquete con ginebras de promoción que le habían obsequiado cuando
ganó el campeonato de Penales en Los Polvorines. Otra vez se embriagan todos y
abandonan los recipientes en donde hoy está el paraje llamado Cajón de Ginebra
Chico, claro.
Primer encuentro
El 30 de octubre, por fin, llega Vedacarraz. Trae malas
nuevas. Los salvajes son comandados por el Cacique Tracamán, cuya barbarie no
tiene límites. “El hombre es precavido” cuenta sin embargo el enviado. “A pocos
quilómetros de aquí tiene una avanzada que va tanteando el terreno y, más
atrás, viene la horda en pleno”.
En los días siguientes Negrete, ensimismado, pierde contacto
con sus hombres. Emprende largas caminatas pensando un plan para encontrarse
con el enemigo.
El humor en el campamento no es el mejor y, por lo bajo, se
comenta que el Coronel perdió el juicio y no está en condiciones de seguir al
mando.
Una noche, volviendo de sus cavilaciones, se encuentra con
Vedacarraz tratando de impedir un levantamiento. Con dos puntinazos certeros
Negrete aplaca los ánimos pero debe expulsar a “La Yegua” Griffiths, su áspero
marcador central, acusándolo de traición por comandar a los disidentes. Con
Griffiths se va un media punta de dudosa reputación y el arquero suplente, que
se lleva consigo las flechas. El equipo queda diezmado.
Al día siguiente, el 15 de noviembre de ese año, Negrete
decide salir al encuentro de los violentos.
La primera escaramuza se produce a finales de mes, en fecha
no precisada en la bitácora. El choque con la avanzada de Tracamán se da en un
paraje cercano al boquete Nahuelpán, cerca de donde hoy está Esquel. Allí
Negrete plantea el desafío: “dos tiempos de una hora. Si el empate persiste, el
último gol gana. El perdedor se las toma”, propone.
Plantan arcos armados con atajos de piquillines y proponen
al pastor Thomas como árbitro. “Es un enviado de Dios, sabrá impartir justicia
divina” justifica el coronel. Los salvajes aceptan.
El partido es cruento. Los araucanos se niegan a jugar sin
sus boleadoras y uno a uno van dejando fuera de combate a los delanteros del Coronel.
La defensa rival no sabe de sutilezas y los maltrata. Algunos de los jugadores,
incluso, escapan en pleno match y se pierden entre los matorrales. Se define
con un penal sospechoso que Thomas cobra cuando el partido se moría. El propio
Negrete impone su cambio para patearlo y por poco lo mete con arquero y todo.
Como dice la bitácora es, de todas formas, una victoria a lo
Pirro: Entre lesionados y desaparecidos solo quedan siete jugadores y tres
pelotas. El resto se pierde en la meseta.
El Coronel, obligado por las bajas, decide cambiar de
táctica pensando en la batalla final.
Mientras tanto, Tracamán toma nota de la derrota y se
preocupa. Es la primera caída desde el cruce de la cordillera.
En toda la comarca empieza a vislumbrase el choque histórico.
Apolinario Negrete reagrupa a sus hombres y emprende densas
charlas técnicas que, en algunos casos, se inician en el ocaso y terminan en la
madrugada siguiente. El saldo es elocuente y el propio Vedacarraz lo apunta en
la bitácora: “saldremos al enfrentamiento con cinco defensores y un volante, a
veces ofensivo a veces defensivo”, dice.
La gente de Tracamán evalúa, por primera vez desde el cruce
cordillerano, la posibilidad de un fracaso. El cacique intuye flojera en sus
hombres y, junto al brujo de la horda,
decide presentar el desafío. El propio brujo y Vedacarraz se encuentran
en la zona de Leleque para pactar las condiciones del match. Se prevé feroz: el
inicio queda acordado para la mañana del 31 de diciembre de 1886.
Negrete se presenta con sus hombres y antes de que nada
suceda, se juega una carta temeraria y le manda a decir a Tracamán que el
pastor Thomas no impartirá justicia porque será su “goleador”, en esos
términos. El subterfugio le sale bien porque el Cacique, antes que enfrentar a
un artillero que complique su defensa, prefiere imponer al pastor como árbitro.
El Coronel disimula ofensa y pretende discutir con el brujo, que le trae la
respuesta, pero termina aceptando con cara de “me jodieron”.
La gran batalla
Con toda la Retahíla acumulada por la preparación
interminable y el viaje extenso, el equipo del Coronel Apolinario Negrete sale
a la cancha a defender los confines de la Patagonia con su maltrecho equipo. La
formación del Maura Volvé presenta una imagen lamentable, con atuendos
harapientos, players barbados tras meses sin navajas, y sólo tres pelotas que
se salvaron del episodio de “La Yegua” Griffiths y el match violento con la
avanzada.
Desde lo alto de una colina Tracamán y su horda observan con
sigilo. Los invade la tensión hasta que comprueban que el rival apenas si
completa el cupo mínimo para presentar pelea. Bajan a la cancha plenos de
confianza.
El pleito es áspero desde el arranque. Los salvajes, con
voracidad ofensiva, plantean las cosas cerca del arco del Coronel. Rápido
llenan de centros el área y se mandan en malón a buscar el gol. Pelotazos
llovidos, pasados, buscapiés y centros de la muerte se suceden con vértigo. Ni
los pitazos infames del Pastor Thomas, cobrando faltas en dos de cada tres
ataques, logran detener el acoso de los araucanos ladinos.
Sobre el mediodía sobreviene el primer grito terruñal.
Neponuseno Treuquil abre la cuenta con un cabezazo hostil que pega en el travesaño
y va a parar a los bosques cercanos.
Los de Negrete sacan del medio pero pierden rápido la pelota
y otra vez Treuquil, con un tiro bombeado de tres cuartos de cancha, pone el
segundo.
Los jugadores del Coronel se desconciertan. Ya es un baile.
El tercero no tarda en llegar, y es en contra del mismísimo
Vedacarraz intentando despejar un centro. La pifia termina en gol. El asunto
parece sentenciado.
Sobre media tarde una casualidad cambia la historia. En su
desesperación ante la derrota inminente, el Coronel descree de su propia vista
cuando observa en la colina unas figuras que se recortan con el sol, que se va
poniendo tras la cordillera.
Resulta ser una patrulla enviada desde la costa que acaba de
enterrar a un caballo, después conocido en distorsionada historia con el nombre
de Malacara, y se dispone a volver a la colonia.
Aceptan sumarse al equipo con la anuencia del Cacique
araucano, quien no vislumbra posibilidad alguna de perder un juego que ya cree
ganado.
El cambio es visceral.
Aquella soldadesca trae todos los potreros en el alma.
Caños, fintas y paredes verticales inundan la explanada y en poco tiempo
dominan a los salvajes. En menos que canta un gallo empatan el partido.
Los araucanos, al grito de “el último gol gana” se lanzan
contra el arco rival como lo que son, unos salvajes, pero Vedacarraz logra el
quite de su vida y de contra sentencia la historia con un puntinazo fulero.
El sol se pone tras la cordillera y la victoria, épica,
queda sellada. Tracamán, salvaje de palabra al fin, presenta la rendición y
ofrece a sus hombres como esclavos. Negrete, altivo, rechaza la propuesta y los
expulsa de la comarca.
Ya de vuelta en la colonia el Coronel Apolinario Negrete
comprueba que nadie da cuenta de su victoria homérica y, en contrapartida,
aquellos soldados que ayudaron en la empresa son recibidos como héroes.
Su formación se desperdiga por los territorios cercanos y
solo queda, en algún lugar recóndito, aquella bitácora que tan celosamente
cuidaba Vedacarraz y que, años después, fue encontrada cuando se entubaba un
canal que pasaba por Trelew.
Fue cuando se supo cómo, hasta la suerte de un equipo en
desgracia, puede cambiar por un caballo.
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