Ministro cumbre de Chubut, llegó a la
inauguración del nuevo estadio de fútbol del club Deportivo Madryn y habló con
la prensa radial. Allí escuché una frase que, más o menos, decía así: “para los
que fuimos protagonistas…” y se extendía sobre las bondades del recinto y demás.
Mi recuerdo, vago por supuesto, lo tenía sin embargo etiquetado como discreto marcapunta
en el viejo balompié de la zona; y acaso por eso es que se me ocurrió, entonces,
escribir este cuento. Forma parte de mi libro “Historias de futbolistas audaces,
de leyenda y del olvido” y lo rescato ahora que, dicen, será Ministro de todos…
Aquí va:
Aquí va:
De andar cansito y chuequera oblicua, el Turco
Yepes protagonizó una historia futbolera ordinaria a la que solo le dio vida
una tarde de excepción, y fue por ello que trascendió sus días.
En su época los fanáticos apreciaban a los
astutos y los ladinos, razón por la cual su aporte fue más bien vilipendiado:
adversarios, dirigentes, periodistas y hasta compañeros se negaron con tozudez
a valorar el trabajo laborioso que aportó en cada pleito. Acaso Norberto Yepes
haya sido el primer pica piedras de estas tierras... De alguna forma, un
adelantado.
Su momento de gloria, antes de un retiro tan
esperado como silencioso, lo vivió en un choque fulero que disputó su equipo
contra un combinado de playa Magaña formado de pulperos villanos cuyo palmarés
de derrotas permanece aun imbatido.
Como campeón de Trelew, el legendario Don
Bosco -cuya camiseta vestía- se ganó el derecho de disputar la final zonal de
los barrios, título a la sazón desaparecido, ante aquel equipo costero que
había tenido esa temporada su única alegría histórica al clasificar a esa
instancia.
El match en cuestión se jugó en Trelew, un
reducto sospechosamente imparcial, en la zona en la que años después se emplazó
la primera cancha del Club Huracán y que por aquella época permanecía baldía,
sólo habitada por matas rastreras.
Ya pasión de multitudes en la Patagonia, el
choque suscitó un interés inédito y llegaron fanáticos de distintos puntos para
presenciarlo.
La prensa dedicó ríos de tinta a ensalzar los
atributos de los cuadros involucrados en la contienda, y no hubo aficionado que
no llegara a la víspera sin estar familiarizado con las cualidades de cada
equipo.
El Magaña ostentaba una férrea defensa pero
carecía de seguridad bajo los tres palos, ya que el puesto era ocupado por el
misteriosamente desaparecido Luis Arellano Cruz; pero el equipo hacía del
vértigo de media cancha hacia delante su arma más temible.
Esa formación ganaba por goleada o sufría
derrotas furibundas. Sin términos medios.
El Don Bosco de aquella época, en cambio, era
conocido como el cuadro de los mil empates. Le llegaban poco y nada pero, a su
vez, adolecía de delanteros probados por lo que apostaba todo su caudal al
marcador en cero. Más bien aburría.
Fue un choque de estilos.
Suplente eterno, Norberto acompañó a la
delegación más por hacerse de una entrada preferencial al match que por las
posibilidades de jugar, sabiendo que el reglamento vedaba los cambios.
Sin embargo, la historia del fútbol le sonrió
aquella vez y la noche anterior al juego el marca punta titular se lesionó
seriamente, reventándose un callo de su dedo gordo contra la pata de una cama,
y Yepes terminó saliendo en el once de arranque.
El choque, finalmente, se jugó bajo el
arbitraje de Pedro Ortega Cabezudo, después conocido por su actividad como
dirigente, en medio de una gran tensión.
El primer tiempo fue soporífero. Y sólo arrojó
datos para la casuística: Ortega Cabezudo tuvo que sacar tres rojas por bando y
obligar a los jugadores a abandonar el campo de juego a punta de un trabuco
naranjero, intimidatorio, que utilizaba por seguridad.
Cuando arrancó la segunda mitad, y
aprovechando la lentitud del árbitro para darse vuelta en un contragolpe
vertiginoso, Norberto Yepes protagonizó una jugada de espanto: literalmente
guadañó al mejor jugador contrario, Rústico Millanao, mientras éste esperaba
una pelota de aire para bajarla con el pecho.
Según el ensayista Dionisio Medina, uno de los
pocos redactores de la época que acercó un escrito hasta nuestros días, “el
salvajismo de la jugada fue tal que una horda de fanáticos venidos de Lago
Puelo invadió el campo de juego para iniciar una batahola de proporciones
bíblicas”.
Tres horas demoró el soplapitos en calmar los
ánimos. Cuando lo hizo no sólo se había perdido la noción del tiempo sino que
también se había agotado, prácticamente, la luz del día.
Decisión salomónica y de reglamento único,
determinó una definición por penales.
Serenado el ambiente, uno a uno fueron
pateando los jugadores de cada equipo, en principio los más probados y los
ordinarios después, hasta que se arribó al último ejecutor con un empate sempiterno.
Fue el día que definieron un título el más
goleado de los arqueros y el más mostrenco de los defensores: Noberto Yepes y
Luis Arellano Cruz terminaron siendo protagonistas de un duelo improbable.
La suerte, otra vez, acompañó al marca punta.
Su disparo fue defectuoso: le pegó mordido y
la pelota apenas si salió saltando hacia el palo izquierdo. El golero eligió el
otro sector y se tiró como quien pretende atrapar el viento. Las miradas de los
miles de hinchas se quedaron fijas en la pelota que lentamente se fue acercando
al arco y, por un momento eterno, pareció escucharse el silencio de la meseta patagónica
concentrado en una cancha de fútbol. Arellano vio que se había equivocado pero
su poca propensión al entrenamiento le impidió levantarse para enmendar su
error.
Con estupor fue testigo de cómo el balón fue
dando piques mezquinos hasta el parante, en el que pegó antes de ir contra las
redes de su arco.
Fue todo.
Después vino el estallido, la vuelta olímpica
y la fiesta inolvidable. Nadie se acordó de Norberto Yepes y, cuando lo
buscaron para felicitarlo, ya no estaba en la cancha. Fue su forma de
retirarse.
Pasaron años hasta que volviera a saberse de
él. Resultó ser un magnífico orador y cuando ya la provincia fue provincia
llegó a ocupar cargos importantes en el gobierno. Fue ministro de ministros,
incluso. Y cada vez que pudo y lo dejaron, filtró entre sus declaraciones a la
prensa su pasado de futbolista, aunque siempre morigeró los detalles... Es que
tampoco aspiraba a que se recuerde su palmarés temerario de infracciones
crueles.
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