viernes, 2 de diciembre de 2011

De marca punta a ministro


Ministro cumbre de Chubut, llegó a la inauguración del nuevo estadio de fútbol del club Deportivo Madryn y habló con la prensa radial. Allí escuché una frase que, más o menos, decía así: “para los que fuimos protagonistas…” y se extendía sobre las bondades del recinto y demás. Mi recuerdo, vago por supuesto, lo tenía sin embargo etiquetado como discreto marcapunta en el viejo balompié de la zona; y acaso por eso es que se me ocurrió, entonces, escribir este cuento. Forma parte de mi libro “Historias de futbolistas audaces, de leyenda y del olvido” y lo rescato ahora que, dicen, será Ministro de todos…
Aquí va:
Noberto Yepes quedó en los libros de historia no tanto por su capacidad en el balompié, que el ensayista Dionisio Medina lapidó calificándola de nula, sino más bien por el meteórico ascenso que protagonizó en las esferas del poder tras su retiro.
De andar cansito y chuequera oblicua, el Turco Yepes protagonizó una historia futbolera ordinaria a la que solo le dio vida una tarde de excepción, y fue por ello que trascendió sus días.
En su época los fanáticos apreciaban a los astutos y los ladinos, razón por la cual su aporte fue más bien vilipendiado: adversarios, dirigentes, periodistas y hasta compañeros se negaron con tozudez a valorar el trabajo laborioso que aportó en cada pleito. Acaso Norberto Yepes haya sido el primer pica piedras de estas tierras... De alguna forma, un adelantado.
Su momento de gloria, antes de un retiro tan esperado como silencioso, lo vivió en un choque fulero que disputó su equipo contra un combinado de playa Magaña formado de pulperos villanos cuyo palmarés de derrotas permanece aun imbatido.
Como campeón de Trelew, el legendario Don Bosco -cuya camiseta vestía- se ganó el derecho de disputar la final zonal de los barrios, título a la sazón desaparecido, ante aquel equipo costero que había tenido esa temporada su única alegría histórica al clasificar a esa instancia.
El match en cuestión se jugó en Trelew, un reducto sospechosamente imparcial, en la zona en la que años después se emplazó la primera cancha del Club Huracán y que por aquella época permanecía baldía, sólo habitada por matas rastreras.
Ya pasión de multitudes en la Patagonia, el choque suscitó un interés inédito y llegaron fanáticos de distintos puntos para presenciarlo.
La prensa dedicó ríos de tinta a ensalzar los atributos de los cuadros involucrados en la contienda, y no hubo aficionado que no llegara a la víspera sin estar familiarizado con las cualidades de cada equipo.
El Magaña ostentaba una férrea defensa pero carecía de seguridad bajo los tres palos, ya que el puesto era ocupado por el misteriosamente desaparecido Luis Arellano Cruz; pero el equipo hacía del vértigo de media cancha hacia delante su arma más temible.
Esa formación ganaba por goleada o sufría derrotas furibundas. Sin términos medios.
El Don Bosco de aquella época, en cambio, era conocido como el cuadro de los mil empates. Le llegaban poco y nada pero, a su vez, adolecía de delanteros probados por lo que apostaba todo su caudal al marcador en cero. Más bien aburría.
Fue un choque de estilos.
Suplente eterno, Norberto acompañó a la delegación más por hacerse de una entrada preferencial al match que por las posibilidades de jugar, sabiendo que el reglamento vedaba los cambios.
Sin embargo, la historia del fútbol le sonrió aquella vez y la noche anterior al juego el marca punta titular se lesionó seriamente, reventándose un callo de su dedo gordo contra la pata de una cama, y Yepes terminó saliendo en el once de arranque.
El choque, finalmente, se jugó bajo el arbitraje de Pedro Ortega Cabezudo, después conocido por su actividad como dirigente, en medio de una gran tensión.
El primer tiempo fue soporífero. Y sólo arrojó datos para la casuística: Ortega Cabezudo tuvo que sacar tres rojas por bando y obligar a los jugadores a abandonar el campo de juego a punta de un trabuco naranjero, intimidatorio, que utilizaba por seguridad.
Cuando arrancó la segunda mitad, y aprovechando la lentitud del árbitro para darse vuelta en un contragolpe vertiginoso, Norberto Yepes protagonizó una jugada de espanto: literalmente guadañó al mejor jugador contrario, Rústico Millanao, mientras éste esperaba una pelota de aire para bajarla con el pecho.
Según el ensayista Dionisio Medina, uno de los pocos redactores de la época que acercó un escrito hasta nuestros días, “el salvajismo de la jugada fue tal que una horda de fanáticos venidos de Lago Puelo invadió el campo de juego para iniciar una batahola de proporciones bíblicas”.
Tres horas demoró el soplapitos en calmar los ánimos. Cuando lo hizo no sólo se había perdido la noción del tiempo sino que también se había agotado, prácticamente, la luz del día.
Decisión salomónica y de reglamento único, determinó una definición por penales.
Serenado el ambiente, uno a uno fueron pateando los jugadores de cada equipo, en principio los más probados y los ordinarios después, hasta que se arribó al último ejecutor con un empate sempiterno.
Fue el día que definieron un título el más goleado de los arqueros y el más mostrenco de los defensores: Noberto Yepes y Luis Arellano Cruz terminaron siendo protagonistas de un duelo improbable.
La suerte, otra vez, acompañó al marca punta.
Su disparo fue defectuoso: le pegó mordido y la pelota apenas si salió saltando hacia el palo izquierdo. El golero eligió el otro sector y se tiró como quien pretende atrapar el viento. Las miradas de los miles de hinchas se quedaron fijas en la pelota que lentamente se fue acercando al arco y, por un momento eterno, pareció escucharse el silencio de la meseta patagónica concentrado en una cancha de fútbol. Arellano vio que se había equivocado pero su poca propensión al entrenamiento le impidió levantarse para enmendar su error.
Con estupor fue testigo de cómo el balón fue dando piques mezquinos hasta el parante, en el que pegó antes de ir contra las redes de su arco.
Fue todo.
Después vino el estallido, la vuelta olímpica y la fiesta inolvidable. Nadie se acordó de Norberto Yepes y, cuando lo buscaron para felicitarlo, ya no estaba en la cancha. Fue su forma de retirarse.
Pasaron años hasta que volviera a saberse de él. Resultó ser un magnífico orador y cuando ya la provincia fue provincia llegó a ocupar cargos importantes en el gobierno. Fue ministro de ministros, incluso. Y cada vez que pudo y lo dejaron, filtró entre sus declaraciones a la prensa su pasado de futbolista, aunque siempre morigeró los detalles... Es que tampoco aspiraba a que se recuerde su palmarés temerario de infracciones crueles.

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