El Coronel Apolinario Negrete tuvo peripecias variopintas en la región … Tanto que al cabo de los años el
lugar terminó por seducirlo y, pese a lo mucho que prometió emigrar durante su tiempo en la Patagonia,
cuando lo sorprendió el retiro optó por quedarse a vivir en la soledad de la
meseta.
Temeroso de las armas y poco proclive a la violencia,
siempre caía en gracia -aun ante sus enemigos- con ese bigote áspero y puntudo
que no necesitaba de afeites, y una barba rala que siempre tenía tres días.
Su lista de andanzas no es baladí. Él mismo reunió la
mayoría de ellas en un diario íntimo que perdió en un partido contra los
indígenas de Cushamen y que por años permaneció en el anonimato.
Allí se narran historias de partidos cruentos, epopéyicos,
de naturaleza indómita. Relatos desconocidos, a veces delirantes, que ayudan a
reconstruir la histórica conquista de estas tierras desde el costado
extravagante de este Coronel que, más que luchar a punta de pistola, lo hizo a
punta de su botín izquierdo porque, como grafica sábiamente en sus memorias, la
habilidad le había sido completamente vedada a la otra pierna. “La derecha siempre
fue para bajar del matungo, y nada más” se confiesa allí. Y agrega: “La única
vez que estuve fatalmente obligado a usarla fue cuando enfrentamos a esos
indios bravos de la zona de Leleque por la disputa de unos bosques olvidables,
y la uña encarnada de la izquierda me impidió patear un penal definitorio… No le
acerté ni al arco y perdimos por mi impericia”.
Aquel resultó uno de los tragos más amargos en su carrera.
No por la derrota en cuestión, porque al fin y al cabo se palmarés se construyó
con un sinnúmero de caídas estrepitosas, sino esencialmente porque llegó hasta
el pie de la cordillera con la orden clara de “aniquilar al enemigo” y terminó
perdiendo con ese triste penal que mancilló penosamente.
Vencido, y tras arengar a sus soldados en un improvisado
vestuario de matorrales para mantenerles la moral en cúspide, el Coronel
Apoliario Negrete no tuvo más remedio que presentarse ante el Cacique Amilcar
Epulef con dos fines bien disímiles: acercarle la felicitación de rigor ante la
victoria, que calificó de “implacable”; y ofrecerle un trato oscuro que
disfrace el asunto ante los altos mandos para evitar no solo la vergüenza, sino
también el envío de tropas más feroces que terminen de hacer el trabajo de
guerra que él había cambiado por una refriega futbolera.
Muchos años después, con el hallazgo de su diario íntimo, se
revelaron algunos detalles de aquella charla de capitanes que se conoció como
el Pacto Cordillerano.
Definitivamente derrotado, el Coronel propuso una serie de
encuentros futboleros para dirimir la posesión boscosa a cambio de un
bochornoso silencio ante sus autoridades militares, amenazando con la llegada
de “soldados salvajes de a montones” si esto no ocurría.
Amilcar, que comandaba una formación con fama de imbatible
en feudo propio, aceptó el convite con gusto, presagiando una victoria segura.
Fue así como al cabo de una semana de entrenamiento riguroso
comenzaron los encuentros. El “once” del Coronel, pese a su tozudo empeño, fue
hilvanando una derrota tras otra, cada cual más escandalosa, cada cual más
frustrante.
Fueron meses arduos de partidos interminables, que
arrancaban por la mañana y tenían su fin ya en la penumbra, cuando se dificultaba
la visión de la pelota.
Los encuentros replicaron una y otra vez los resultados
favorables a los indígenas y los match se volvieron rutinarios. Tanto el
malevaje como la soldadesca quedaron atrapados por el tedio así que, para hacer
más llevadero el asunto, comenzaron a cambiar costumbres. Hubo días que los
locales festejaron antes del partido, que se sabía con el destino marcado hacia
su victoria, y los propios dirigidos del Coronel los felicitaron aun antes de
ser vencidos.
Hubo otros en que, todos de acuerdo, jugaron de espaldas al
arco contrario, los 22 jugadores, pero ni aun así la soldada consiguió un
resultado digno.
Sin embargo cuando ya nadie lo esperaba y sólo el entusiasmo
inacabable del Coronel mantenía la disputa de los partidos, el cacique Epulef
se acercó hasta el campamento de la soldada y lo ofreció los bosques con una
explicación rotunda: “el fútbol no es para mi gente”, tras lo cual levantaron
sus tiendas y nunca volvió a saberse de ellos.
El Coronel Apolinario Negrete no dijo palabra. Llamó a su
correo y le entregó una misiva para que lleve hasta la Capital, sede del
comando militar: “El enemigo ha sido eliminado tras una lucha formidable”,
escribió.
Una mentira que lo dejo bien parado en los libros de
historia, pero que sobre todo evitó que se derramara sangra más allá de alguna
patada trapera aplicada en defensa del propio arco.
1 comentario:
Excelente relato. Ojalá hubiera sido realmente así la conquista del desierto y demás regiones patagónicas. Sin sangre, sin muertes, y respetando la naturaleza. Por favor, debes escribir más relatos, veo que hace mucho que no haces una nueva entrada. Un alegrón para mí haber encontrado esta. Saludos de un alma patagónica!
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