martes, 13 de diciembre de 2011

Las derrotas del Coronel


El Coronel Apolinario Negrete tuvo  peripecias variopintas  en la región … Tanto que al cabo de los años el lugar terminó por seducirlo y, pese a lo mucho que prometió  emigrar durante su tiempo en la Patagonia, cuando lo sorprendió el retiro optó por quedarse a vivir en la soledad de la meseta.
El Coronel hizo una carrera extensísima y plena de episodios absurdos en la que, de seguro, mucho tuvieron que ver sus métodos revolucionarios, aunque un tanto insólitos.
Temeroso de las armas y poco proclive a la violencia, siempre caía en gracia -aun ante sus enemigos- con ese bigote áspero y puntudo que no necesitaba de afeites, y una barba rala que siempre tenía tres días.
Su lista de andanzas no es baladí. Él mismo reunió la mayoría de ellas en un diario íntimo que perdió en un partido contra los indígenas de Cushamen y que por años permaneció en el anonimato.
Allí se narran historias de partidos cruentos, epopéyicos, de naturaleza indómita. Relatos desconocidos, a veces delirantes, que ayudan a reconstruir la histórica conquista de estas tierras desde el costado extravagante de este Coronel que, más que luchar a punta de pistola, lo hizo a punta de su botín izquierdo porque, como grafica sábiamente en sus memorias, la habilidad le había sido completamente vedada a la otra pierna. “La derecha siempre fue para bajar del matungo, y nada más” se confiesa allí. Y agrega: “La única vez que estuve fatalmente obligado a usarla fue cuando enfrentamos a esos indios bravos de la zona de Leleque por la disputa de unos bosques olvidables, y la uña encarnada de la izquierda me impidió patear un penal definitorio… No le acerté ni al arco y perdimos por mi impericia”.
Aquel resultó uno de los tragos más amargos en su carrera. No por la derrota en cuestión, porque al fin y al cabo se palmarés se construyó con un sinnúmero de caídas estrepitosas, sino esencialmente porque llegó hasta el pie de la cordillera con la orden clara de “aniquilar al enemigo” y terminó perdiendo con ese triste penal que mancilló penosamente.
Vencido, y tras arengar a sus soldados en un improvisado vestuario de matorrales para mantenerles la moral en cúspide, el Coronel Apoliario Negrete no tuvo más remedio que presentarse ante el Cacique Amilcar Epulef con dos fines bien disímiles: acercarle la felicitación de rigor ante la victoria, que calificó de “implacable”; y ofrecerle un trato oscuro que disfrace el asunto ante los altos mandos para evitar no solo la vergüenza, sino también el envío de tropas más feroces que terminen de hacer el trabajo de guerra que él había cambiado por una refriega futbolera.
Muchos años después, con el hallazgo de su diario íntimo, se revelaron algunos detalles de aquella charla de capitanes que se conoció como el Pacto Cordillerano.
Definitivamente derrotado, el Coronel propuso una serie de encuentros futboleros para dirimir la posesión boscosa a cambio de un bochornoso silencio ante sus autoridades militares, amenazando con la llegada de “soldados salvajes de a montones” si esto no ocurría.
Amilcar, que comandaba una formación con fama de imbatible en feudo propio, aceptó el convite con gusto, presagiando una victoria segura.
Fue así como al cabo de una semana de entrenamiento riguroso comenzaron los encuentros. El “once” del Coronel, pese a su tozudo empeño, fue hilvanando una derrota tras otra, cada cual más escandalosa, cada cual más frustrante.
Fueron meses arduos de partidos interminables, que arrancaban por la mañana y tenían su fin ya en la penumbra, cuando se dificultaba la visión de la pelota.
Los encuentros replicaron una y otra vez los resultados favorables a los indígenas y los match se volvieron rutinarios. Tanto el malevaje como la soldadesca quedaron atrapados por el tedio así que, para hacer más llevadero el asunto, comenzaron a cambiar costumbres. Hubo días que los locales festejaron antes del partido, que se sabía con el destino marcado hacia su victoria, y los propios dirigidos del Coronel los felicitaron aun antes de ser vencidos.
Hubo otros en que, todos de acuerdo, jugaron de espaldas al arco contrario, los 22 jugadores, pero ni aun así la soldada consiguió un resultado digno.
Sin embargo cuando ya nadie lo esperaba y sólo el entusiasmo inacabable del Coronel mantenía la disputa de los partidos, el cacique Epulef se acercó hasta el campamento de la soldada y lo ofreció los bosques con una explicación rotunda: “el fútbol no es para mi gente”, tras lo cual levantaron sus tiendas y nunca volvió a saberse de ellos.
El Coronel Apolinario Negrete no dijo palabra. Llamó a su correo y le entregó una misiva para que lleve hasta la Capital, sede del comando militar: “El enemigo ha sido eliminado tras una lucha formidable”, escribió.
Una mentira que lo dejo bien parado en los libros de historia, pero que sobre todo evitó que se derramara sangra más allá de alguna patada trapera aplicada en defensa del propio arco.

1 comentario:

Sylvia dijo...

Excelente relato. Ojalá hubiera sido realmente así la conquista del desierto y demás regiones patagónicas. Sin sangre, sin muertes, y respetando la naturaleza. Por favor, debes escribir más relatos, veo que hace mucho que no haces una nueva entrada. Un alegrón para mí haber encontrado esta. Saludos de un alma patagónica!