viernes, 18 de diciembre de 2009

El nacimiento de botín, la historia que no se cuenta

Ya no se juegan partidos de fútbol en los inviernos de Ricardo Rojas.
Hubo una época en que se disputaban match furiosos y la lucha era bravía.
Desde Río Mayo hasta Lago Blanco, pasando por Aldea Beleiro y Facundo, existía un abanico de team ásperos que desafiaban el filo del invierno para protagonizar campeonatos de leyendas, algunos de los cuales fueron registrados minuciosamente en las memorias de Diógenes Sánchez, casi el inventor de la casuística.



El viento, con el tiempo, se devoró las canchas pedregosas de la estepa patagónica. Y con ello la mayoría de las historias.
Y, bajo el tener de la sinceridad, debe reconocerse que ya las nevadas no son como lo eran y tampoco los players se disponen de igual forma.
Ni había botín ni guantes de arquero. El asunto era a mano limpia y alpargata flecuda. Calzado inadecuado -si los hay- para la práctica del balompié en la crueldad de la tundra.
Se dice, y con cierta asistencia de la razón, que justamente por aquella manía de jugar al fútbol bajo ese clima inhóspito, fue allí en donde se improvisó el primer calzado especialmente pensado para practicar este deporte. El precursor del botín.
La historia la refirió el mismísimo Diógenes Sánchez en su diario íntimo y por años estuvo perdida en un campo cercano a Coyhaique.
Allí pasó Diógenes sus últimos días huyendo de la persecución de la autoridad argentina. Lo acusaban de zurdo porque con esa pierna ejecutaba penales y, como si fuera poco, las autoridades habían notado en su brutal sutileza que también manejaba el facón con la izquierda: acusado de anarquista, el cruce de la frontera lo salvó del calabozo.
Varias décadas después de su muerte su hija Filomena fue citada por un juez chileno que, para su sorpresa, le informó sobre una muerte fulera de su padre y le entregó los títulos de un “fundo” cercano a la frontera.
Allí encontró algunos bártulos de mala muerte y las anotaciones futboleras de Diógenes.
Durante meses los tuvo sobre una estufa en desuso en el almacén de ramos generales que atendía en las afuras de Río Senguerr, hasta que acertó a pasar por allí el ensayista Dionisio Medina y les puso precio para enriquecer su enorme enciclopedia del fútbol patagónico, de la que ya se ha dado justiciera cuenta.
Medina, con ojo clínico, cató el valor impensado de los escritos desde el primer momento y se dispuso a difundir las anotaciones de Sánchez, de las que siempre resaltó lo que, para él, fue el verdadero nacimiento del botín.
Nos atenemos, entonces, a lo que refieren los escritos.
Calzaba la 9 del team de Facundo un robusto atacante de apellido incierto al que apodaban “Mataco”, que según Sánchez era dueño de un regate insólito de imposible marcación. Goleador fiero, además; de pasar por arriba las defensas y rematar arqueros contra las redes.
Una gélida tarde de agosto, bajo un granizo pertinaz, su equipo perdía en semifinales de campeonato ante el Sportivo Río Mayo cuando, tras enhebrar un contragolpe vertiginoso, Mataco quedó sólo frente al arco rival y no bien lanzó el puntinazo le dio de lleno una piedra volcánica que sobresalía en el área chica y le estalló el empeine… Aun hoy los abuelos de la comarca asustan a los niños diciéndoles que el ruido del viento es el lamento de Mataco mal herido.
Truncó su carrera y Facundo perdió el campeonato para el que era candidato. Nunca volvió a pelear la punta.
El pavor de los jugadores que fueron testigos de la tragedia duró largo tiempo y, por miedo a correr la misma suerte, ya nadie volvió a pegarle con fiereza a la pelota. Se terminaron los goles de afuera del área y los arqueros no volvieron a sacar de abajo.
El fútbol se volvió lento, de toques cortos y emociones fugaces, hasta que Giuseppe Cutrufello, un italiano curtido por la estepa y radicado en la zona desde los comienzos del tiempo, se cansó de ese juego insulso y con cueros de caballos muertos, y tientos improvisados, armó unos calzados duro que curtió con un alcohol pendenciero y se los regaló a los jugadores.
La desconfianza inicial quedó rápido en el olvido y, cubiertos los pies, volvieron los campeonatos. Hasta el mismísimo Mataco alcanzó a usarlos en su partido de despedida, anciano como estaba.
Después vinieron los botines tal como los conocemos, pero los jugadores ya se habían agotado por el clima cruel y acabaron por dedicarse a otros menesteres, menos solazados pero mas rentables.
Ni los palos de los arcos quedan en la planicie que hoy se nos muestra inerte, fría, y sin gritos de gol.

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