jueves, 3 de diciembre de 2009

Ya nunca me verás como me vieras…

La felicidad estaba en la esquina de Moreno y William Davis. No hacía falta más. Ahí le dábamos pelea a las siestas de verano, cubriéndonos del calor de la tarde con la sombra escasa del muro que sobrevive, y también ahí nos alcanzaba la noche tempranera de los inviernos crudos. Ahí teníamos el arco, entre las vigas del paredón, y ahí fue que armamos nuestro primer equipo de fútbol.



Crecíamos con la ilusión inmediata de salir rápido, después del almuerzo, para prendernos en el fútbol de ese córner; nos relatábamos como si fuéramos Kempes, Gatti o Luque. Y las aventuras temerarias no eran más que largas caminatas hasta Planta de Gas para tirarnos en la zanja y refrescarnos. Era nuestro Caribe.
Nos criamos en un mundo sin televisión por cable, ni teléfonos (¡Cómo nos cambió la vida el plan Megatel!) ni mucho menos internet. El asfalto quedaba lejísimo, allá en el centro, y hasta creo que lo agradecíamos porque las mismas piedras de la calle eran material suficiente para hacer dos pilones y así armar los palos de los arquitos.
Los cumpleaños eran con algunos amigos del colegio, poquitos, y un racimo de primos y primas que con los años perdimos en el olvido de la vida urgente que nos trajo la madurez.
Hoy tenemos los canales Premium, ese combo del triple pax que te conecta con el mundo y cuatro móviles mas el fono fijo, pero a veces se extraña cuando la felicidad eran las bolitas, el intercambio de figuritas, esas de fútbol que no venían con fotos sino con caricaturas, y el pan y queso tenso que cada tarde cambiaba las caras de los rivales y los compañeros en el picado obligado.
Vivíamos en una calle en subida, o bajada porque para la época sólo cerca de la municipalidad se respetaban las manos, ¡y ahí jugábamos al fútbol!: O éramos puro vértigo en el ataque o defendíamos a los ponchazos tirándola para arriba.
No comprábamos juguetes, si casi no había jugueterías. El fútbol era un lujo, más bien le dábamos a la de media pero cuando teníamos una de cuero, de esas que usaban en Buenos Aires (el fútbol de primera siempre fue “el de Buenos Aires”) la cuidábamos a rabiar, tanto que seguro pasaba varias veces por el zapatero antes de jubilarla.
Todos varoncitos, eso sí. De alguna forma la teníamos con que los nenes con los nenes y las nenas con las nenas. Bastante pavotes, no como los chicos de hoy que en eso nos sacaron un campo y medio. Y en varias cosas más.
Por aquella época juntábamos las figuritas para canjear el álbum por los premios. Una vez conseguí terminar uno y logré el objetivo: trabajé seis meses para ganarme una pelota que duró una semana y que, para colmo, ni siquiera era azul y amarilla. Hoy mandan cuatro mails, se meten en esas páginas de internet que te venden de todo y seguro lo consiguen mejor y más rápido. Pero éramos tozudos, porque al siguiente álbum, que seguro te llevaban de regalo al colegio, otra vez estábamos metidos y esperando que el kioskero de la esquina traiga los paquetitos que venían con cuatro o cinco figuritas. Armábamos pilones gigantescos que no nos entraban en las manos y, frente a frente –literalmente- pasábamos una a una con los compañeros de colegio, o del barrio, para intercambiar las repetidas por las que no teníamos. ¡Qué difícil era la de Ardiles en el 78! Colecciones casi enteras quedaron sin premio por él.
Las mismas figuritas proveían otros juegos, como la tapadita. El asunto era así: dos o más, parados frente a una pared a unos dos metros, tirándolas hacia adelante. Cuando montabas te llevabas esa, pero si hacías espejito (la figurita parada contra la pared, apoyada) te quedabas con todas. Así era en el Don Bosco, porque las reglas cambiaban dependiendo del barrio.
Era eso o, los que tenían, mirar televisión desde las 5 de la tarde, porque a esa hora empezaba el único canal, blanco y negro, que había. ¡Cómo odiábamos ese “chart con música” que ponían al empezar la transmisión! Era eterno y nos ponía impacientes porque queríamos ver La Pantera Rosa, El Inspector –no digas Si, di Oui- o, más acá en el tiempo, He-Man.
La mayoría en el barrio era gente de fábrica, trabajaba en ellas. Es que aquel Trelew era “la ciudad más progresista del sur argentino”. El adelanto tecnológico nos trajo un mundo de cosas, pero nos quitó esa felicidad que estaba en la esquina de Moreno y William Davis.

4 comentarios:

Yanina dijo...

Reflejaste casi poeticamente el sentimiento y la nostalgia de los que estamos arrimando o pasaron los 40...que teníamos casi como único recurso leer libros para sumergirnos en mundos de fantasía, ficción...aventura....que por suerte, no venían envasados en juegos virtuales y otras yerbas, y nos permitió despertar la imaginación, ser creativos...en definitiva, poder contar las hstorias de la forma que lo hacés...muy bueno.

Unknown dijo...

Que bueno!!!!!!!!! amigo....realmente me transportaste a esa época, q felicidad y nos divertíamos con tan poco y con tanto a la vez, en ese momento teníamos tanto por descubrir , que salir a jugar era toda una aventura. Te felicito por tu blog, me encanta.
Beso
Elba

Unknown dijo...
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Unknown dijo...
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